sábado, agosto 14, 2010

Dudamel y Chavez, El Arte y el Autoritarismo

Señor Gustavo Dudamel:

En días recientes hice un escrito sobre el colaboracionismo que nunca pensé pudiese encajar en una carta que le mandase a usted.
El comienzo de aquél es el mismo que los primeros párrafos de esta misiva. Este es un e-mail que, francamente, nunca hubiese deseado escribir.

Tal vez el arquetipo más depreciables de una tiranía es el colaboracionista, ese individuo u organización que a la sombra de alguna habilidad o prestigio, muchas veces no muy bien ganado, apoya incondicionalmente al régimen.

Es la defensa de lo material por encima de la dignidad. En todas las etapas de la historia han estado presentes los colaboracionistas como el General Philippe Pétain, héroe francés de la Primera Guerra Mundial y villano condenado a muerte (pena conmutada a cadena perpetua) en la Segunda Guerra Mundial por entregarle su País a Hitler sin resistencia alguna y presidir un gobierno títere del Führer en Vichy.

Contemporáneamente tenemos prominentes ejemplos: Pablo Neruda con José Stalin y Gabriel García Márquez con Fidel Castro. Y en nuestros días ni se diga. El colaboracionismo colectivo de los poderes del Estado al servicio del Atila de Venezuela no tiene nombre, pero los ejemplos individuales sobran también. 

Oliver Stone, por diez o veinte millones de dólares (quien sabe cuántos), le hace un documental hasta con efectos especiales contribuyendo con su robo al hambre del pueblo venezolano y amparando con su propaganda la escalada de violaciones de los derechos humanos en este atribulado país.

 Otro más que entró por la puerta grande a la lista negra.

Por cierto, en estos días estuve revisando los recortes de prensa del caso de Herbert Von Karajan, posiblemente el más afamado director de orquesta de todos los tiempos, quien estuvo al frente de la inigualable Filarmónica de Berlín durante décadas hasta el día que arreciaron las acusaciones y pruebas de que había sido un gran colaboracionista de Hitler. 

Las confrontaciones cotidianas con miembros de la Orquesta crecieron hasta lo insoportable: tuvo que irse a su casa donde murió prácticamente abandonado por quienes antes lo adulaban. 
Y este caso me tentó a compararlo con usted, señor Dudamel, y su mentor José Antonio Abreu.

Seguramente ya habrá visto la rapidez con que el Tirano mandó a publicar las fotos de la visita a Miraflores para que le den la vuelta al Mundo como muestra de que él es un gran Mecenas. ¡Una maravilla de propaganda política! Claro eso no le salió gratis, pero como a Don Regalón el dinero no le importa porque no es de él…

Señor Dudamel: ¿Es que acaso El Sistema, que les da educación musical a niños de Venezuela, está por encima de la dignidad de un pueblo? Con el Mal y sus engendros no se puede negociar nada, NADA, porque se pierde el alma ya que el Mal siempre le gana a los ingenuos y ambiciosos. Allá ustedes -y quienes los apoyan- con sus conciencias.

Algunos funcionarios del gobierno de Venezuela nos vienen a decir a raíz de su visita que la música no se mete en la política; pero, ¡recontra!, la política, la mala política, si se mete en la música con tal que la pueda controlar. Que dirían, sobre su desafortunada relación con Chávez, Dmitri Shostakovich, Igor Stravinsky o Mstislav Rostropovich, por mencionar sólo algunos de los músicos inmortales perseguidos por la política, la mala política. Su colaboracionismo con un régimen miserable y divisivo como el que desgobierna Venezuela es insólito. Además usted y Abreu no se contentan con colaborar con el Tirano: llevan hasta él gente de la estatura de Plácido Domingo, haciéndole un daño irreparable al tenor.

Uno de los más grandes sacrificios que yo pudiese hacer es verme obligado a olvidar la Música Clásica, incluyendo la Ópera. Le digo esto para que sepa cuanto significa para mí tomar las varias docenas de grabaciones de Domingo (CDs, DVDs, etc.) que he ido adquiriendo desde 1984 hasta la fecha, y las suyas de fechas recientes, y donárselas a alguna institución que las quiera. No deseo oír su música nunca más. Pero no será necesario olvidarme de este maravilloso arte porque, aunque ya no los escuche a ustedes, cada día aparecen nuevas luminarias que espero sean dignas luminarias. La dignidad, tal como yo la entiendo no tiene compromisos porque es hermana de la libertad: es, pues, un valor absoluto, innegociable e intransferible.

El arte, particularmente la música, se creó PARA ELEVAR LA DIGNIDAD DEL HOMBRE, no para colocar ARTE Y DIGNIDAD en el piso para que las botas de un militar tirano los pisoteen.

Hoy por hoy usted no percibe la magnitud del daño que su colaboracionismo le inflinge a nuestro país; su juventud se lo impide, pero el dedo acusador de la historia lo señalará por siempre.

Adiós, señor Dudamel… que Dios lo perdone, crea usted en Él o no.

José Secundino Méndez