viernes, mayo 16, 2008

La reversión del discurso…

Un aneurisma cerebral es una bomba de tiempo dispuesta a estallar en cualquier momento; una granada antipersonal de la cual no tenemos conocimiento hasta que el destino nos la pone en nuestro camino: Un intensísimo dolor de cabeza, nuca y cintura, caída como fardo desde la propia altura, nauseas, vómitos, convulsiones y coma. Ha ocurrido un sangrado intracraneal cataclísmico, la consecuencia de su ruptura. Se avizora una altísima mortalidad inmediata del 50%.

A los restantes, la Providencia les dará un chance. Podría obtenerse un diagnóstico inmediato y preciso para operar y colocar un clip metálico en el cuello del saco aneurismático con lo que el peligro se conjuraría. A moverse en concierto y prontitud tocan.

¿Pero qué ocurre en nuestros hospitales públicos? No hay que ser muy perspicaz para adivinarlo. El paciente debe pagar la tomografía, la arteriografía y el clip y esperar a veces hasta 3 meses para ser intervenido.

Una espada de Damocles penderá vacilante sobre su cabeza. Una tercera parte morirá en la desesperante espera.

El ministro no conoce una sala de neurocirugía. No se atrevería a ir. Revierte el discurso, culpa a los neurocirujanos de mafiosos evadiendo el pesado bulto de su responsabilidad en el abandono de hospitales de quienes nada tienen.

Sólo a sus médicos tienen los pacientes para ayudarles. No obstante, sin real conocimiento de causa se envían en tropel fiscales amaestrados contra el jefe del servicio, a quien se expone a la vindicta pública con tal de lavar manos de homicidas culposos.

En la cotidianidad de un hospital se suceden actos de heroicidad que para la sociedad inmutable y complaciente no tiene impacto ni consecuencia alguna. Enfermeras, ángeles guardianes muy mal pagadas e ignoradas bañando a un indigente abandonado por la Misión Negra Hipólita que nunca más se ocupará de él. Residentes y estudiantes de medicina haciendo una colecta para comprarle alguna medicina que la institución no procura. Clínicos y especialistas bregando con las uñas y con el auxilio de sus cerebros y experiencia.

Desafiando a la muerte en medio de precarias condiciones, la heroicidad de nuestros neurocirujanos ha sido y es indeclinable virtud a toda prueba…

Rafael Muci-Mendoza

rafael@muci.com

Así es muchachos…

Unidos y con la férrea voluntad de no dejarse quitar lo es de ustedes, y que tienen la obligación de defender para aquellos que detrás vendrán, les aliento a proseguir en la difícil lucha.

El Hospital Vargas de Caracas, así, a secas, con 117 años a cuesta, es otro blanco de la revolución para borrar la historia, en este caso, de la medicina nacional, y así, implantar otra foránea, el adefesio cubano que sirve de propaganda al dictador de turno; una medicina donde se utiliza al paciente como un objeto, donde no hay bondad ni solidaridad, sólo mendrugos e interés político.

Nunca hubo una institución de salud con tanta mística y que hubiere resistido los avatares del tiempo y la ponzoña de la maldad. Los bajos sueldos y los malos directores nunca fueron óbice para que fuera semillero fecundo de médicos, postgraduados y nuevas generaciones de profesores de medicina.

En 1958 un grupo de tercos visionarios impidieron que fuera transformado en un asilo de ancianos y así surgió la Escuela de Medicina José María Vargas, nuestra querida escuela.

El Complejo Médico Asistencial Vargas, gran anhelo de la comunidad vargasiana y que asociaría la modernidad al viejo recinto: un edificio de consultorios y hospitalización solidaria para pacientes privados que permitiera la autogestión, fue borrado de un plumazo por esta gente indigna, de mal vivir y de superlativa vileza, que solo deja a su paso eriales de abrojos y espinas.

Médicos, graduados en sus recintos, se olvidan que también fueron estudiantes, que allí de sus pacientes y maestros venezolanos y en libertad, bebieron de sus saberes y ahora, aliados a estrategias del invasor extranjero isleño, se unen a su destrucción empleando el lenguaje de la involución.

Asco da oírlos hablar vendidos al mejor postor…

Rafael Muci-Mendoza