lunes, abril 19, 2010

El Golpe del 19 de Abril de 1810


Opinión

El golpe


CLAUDIO NAZOA

http://noticierodigital.com/claudio/


I Como ahora hay que aclarar todo, aclaro que no me gustan los golpes, ni siquiera los que con tanto cariño me dan cuando llego tarde a mi casa.

Vamos a estar claros, lo del 19 de Abril de 1810 fue un golpe, y como golpe es golpe, aunque sea de 1810, estoy totalmente en contra de que un grupo de mantuanos oligarcas salieran en defensa de su rey español, a quienes los franceses tenían a monte. Como no soy historiador ni trabajo escribiendo en el espacio epistemológico moderno antagónico del profesor Rigoberto Lanz y, además, soy burda’e bruto, puedo escribir la historia de Venezuela de forma que todo el mundo la entienda.

II En 1810, en Venezuela había blancos, mulatos, negros e indios. Los blancos eran hijos directos de españoles, dueños de los negros, los indios y de los medios de comunicación. Los mulatos, la verdad no tengo pruebas, lo más seguro es que estuvieron pelando bola pareja ya que eran una mezcla de las aberraciones de los y las blancas, de los y las negras, y de los y las indias.

Lo cierto es que los blancos tenían unos hijitos de papá que estaban medio molestos, porque no entendían por qué un rey, desde España, los tenía que gobernar, cuando ellos lo podían hacer quién sabe si hasta mejor.

Lejos de la mente de estos españolitos alzados estaba la idea de liberar al pueblo (en esa época ya había pueblo) menos a los negros, quienes aún no tenían el elegante apodo de afrodescendientes, pero eran del mismo color. A estos revolucionarios tampoco les gustaban los mulatos, y con toda razón, porque los mulatos, incluso todavía, son como antipáticos. Estos hijitos de papá, en lugar de irse en Semana Santa a la playa, se pusieron a la salida de la iglesia a esperar al chivo de la época que se apellidaba, si no me equivoco, Emparan o algo así.

La cosa la inició un jovencito, chiquitico, esmirriado y alzado, al que mentaban Simoncito, quien fue, según Oscar Yanes, el que comenzó con la mamaderita de gallo.

Chamo, chamo... Ahí viene el chivo, vamos a pedirle la renuncia...

Imagínense cómo sería aquel fastidio en 1810 para esos muchachos, sin televisión, ni Twitter, ni Nintendo DS, ni ninguno de esos aparaticos que ahora nos atormentan. Para sorpresa de todos, todo el mundo le hizo caso al chamito pretencioso.

¡Al cabildo...! ¡Al cabildo...! gritaron por allá los más grandecitos.

Emparan, quien estaba loco por renunciar, porque, vamos a estar claros, ese hombre tenía que estar pensando todo el día en tortilla española, chipirones al ajillo, paella, aceite de oliva, vino del bueno y tablao flamenco y aquí lo tenían comiendo chigüire con casabe mojao en guarapo, tomando chicha y bailando joropo. El hombre no lo pensó y se encaramó en un balcón para preguntarle al pueblo si lo querían o no.

¿Verdad que ustedes no quieren que yo siga mandando? Un cura, que se paró detrás de él, de jalamecate, dijo: ¡Sí... Sí, sí queremos! Emparan, calladito, le susurró: ¡Di que no!... Esta es mi oportunidad de irme ya.

El cura entendió e inmediatamente cambió la seña para que la gente dijera que no.

Cosa que pasó, y Emparan se fue.

Allí, Simón, el jovencito, se envalentonó y se tomó la cosa en serio, hasta que, en 1824, cometió su más craso error: botó a los españoles de Venezuela. Bueno, ese es otro cuento. Pero por eso tenemos lo que tenemos. Si no hubiera sido por ese jovencito, hoy el presidente de Venezuela sería el príncipe Felipe.

¡Qué vaina con Bolívar!