viernes, enero 20, 2006

CHAVEZ Y HUGO BOSS

¿Ha escuchado alguna vez acerca de un régimen que se hace más fuerte mientras más oposición enfrenta? Bienvenido a Venezuela, donde el carismático Presidente, Hugo Chávez, practica un nuevo estilo de autoritarismo. En parte provocador, en parte Gerente, y en parte mago electoral, Chávez ha actualizado la tiranía para el día de hoy.

Al cerrar el siglo XX, América Latina parecía haber escapado finalmente su reputación por las dictaduras militares. La ola democrática que barrió a la región a finales de la década de los setenta parecía imparable. Ningún país latinoamericano, con la excepción de Haití, había revertido al autoritarismo. Hubo unos pocos golpes, por supuesto, pero todos se deshicieron, y el orden constitucional volvió. Las encuestas en la región indicaban un creciente apoyo a la democracia, y el clima parecía ser inhóspito para los dictadores.
Entonces vino Hugo Chávez, electo presidente de Venezuela en Diciembre de 1998. El teniente coronel había intentado dar un golpe seis años antes. Al fallar, ganó el poder en las urnas y se aproxima ahora a llevar una década en el poder. En ese tiempo, ha concentrado poder, ha hostigado oponentes, ha castigado reporteros, ha perseguido organizaciones civiles, y ha aumentado su control sobre la economía. Aún así, ha encontrado también la forma de hacer al autoritarismo atractivo de nuevo, si no entre las masas, al menos entre suficientes votantes para ganar elecciones. Y con su fiera retórica antiamericana, antineoliberal, Chávez se ha convertido en el ídolo de muchos izquierdistas alrededor del mundo.
Muchos expertos, y ciertamente muchos partidarios de Chávez, no están dispuestos a conceder que Venezuela ha devenido en autocracia. Después de todo, Chávez gana votos, a menudo con ayuda de los pobres. Esa es la peculiaridad del régimen de Chávez. Él ha eliminado la contradicción entre autocracia y la competitividad electoral.
Aún más, su logro no es simplemente el producto del carisma o de características locales singulares. Chávez ha reformulado el autoritarismo para una era democrática. Con elecciones este año en varios países latinoamericanos – incluyendo a México y Brasil – su fórmula de liderazgo puede inspirar a líderes con ideas similares en la región. Y su estatus de celebridad internacional significa que hombres fuertes, hasta fuera de América Latina, pueden adoptar pronto el nuevo look Chávez.
El Disfraz Democrático
En Venezuela no hay ejecuciones en masa o campos de concentración. La sociedad civil no ha desaparecido, como lo hizo en Cuba después de la revolución de 1959. No hay un terror de estado, sistemático, que deja cantidades de desaparecidos, como ocurrió en argentina y Chile en los años setenta. Y no hay ciertamente una burocracia eficientemente represiva e invasiva á la “Pacto de Varsovia”. De hecho, en Venezuela, uno puede hallar una oposición vociferante y activa, elecciones, una prensa combativa, y una vibrante y organizada sociedad civil. Venezuela, en otras palabras, parece casi democrática.
Pero cuando se trata de responsabilidad y límites al poder presidencial, la imagen se vuelve oscura. Chávez ha logrado un control absoluto de todas las instituciones de poder que pudieran poner en jaque su poder. En 1999, ideó una nueva constitución que dio al traste con el senado, reduciendo así de dos a una el número de cámaras con las cuales negociar. Como sólo tenía una mayoría limitada en esta legislatura unicameral, forzó una revisión de las reglas de la Asamblea para que las leyes de mayor envergadura (llamadas orgánicas n. del t.) pudiesen ser aprobadas con mayoría simple, en vez de la requeridas dos terceras partes. Usando esa regla, Chávez aseguró aprobación legislativa para una expansión de la Corte Suprema de 20 a 32 jueces y llenó los puestos con desvergonzados revolucionarios, que es como los chavistas se llaman a si mismos.
Chávez también se ha convertido en comandante en jefe dos veces. Con la Fuerza Armada tradicional, él ha logrado un control político sin rival. Su constitución de 1999 se deshizo de la supervisión legislativa, un cambio que le permitió purgar generales que no le eran leales y promover a los que le son amigables. Comandar una fuerza armada no era sin embargo suficiente para Chávez. Así, en el 2004, comenzó a ensamblar un ejército paralelo de reservistas urbanos, cuya membresía espera expandir de 100000 miembros a 2 millones. En Colombia, 10000 paramilitares de ultra derecha influyeron significativamente el curso de la guerra doméstica en contra de las guerrillas. Dos millones de reservistas pueden significar nunca tener que estar en la oposición.
Tan importante como eso, Chávez controla el instituto que supervisa elecciones, el Consejo Nacional Electoral, y la gigantesca empresa petrolera estatal, PDVSA, que provee la mayor parte de los fondos del gobierno. Un cuerpo electoral controlado por Chávez garantiza que las irregularidades comiciales cometidas por el gobierno sean pasadas por alto. Una industria petrolera controlada por Chávez permite al estado gastar dinero a voluntad, lo cual es muy útil durante las épocas electorales.
Así, Chávez controla la legislatura, la Corte Suprema, dos fuerzas armadas, la única fuente importante de ingresos del estado, y la institución que monitorea las reglas electorales. Y por si fuera poco, la nueva ley de medios permite al estado supervisar el contenido de los medios, y un código penal revisado le permite al estado encarcelar a cualquier ciudadano por “faltar el respeto” a los miembros del gobierno. Al compilar y publicar en Internet listas de votantes y sus preferencias políticas – incluyendo si firmaron una petición para un referéndum revocatorio en el año 2004 – Venezuela ha logrado una responsabilidad en reverso. El estado está vigilando y castigando a sus ciudadanos por acciones políticas que no aprueba, en lugar de ser al revés. Si la democracia requiere controles sobre el poder de aquellos que están en el poder, Venezuela no está ni cerca.
Polariza y conquista.
Las tomas de poder de Chávez no se han dado sin oposición. Entre 2001 y 2004, más de 19 marchas masivas, múltiples cacerolazos, y una huelga general en PDVSA paralizaron virtualmente al país. Un golpe lo removió del poder brevemente en Abril de 2002. No mucho tiempo después, y a pesar de los obstáculos impuestos por el Consejo Electoral, la oposición recolectó dos veces suficientes firmas – 3.2 millones en feb. 2003 y 3.4 millones en Diciembre de 2003 – para solicitar un referéndum revocatorio presidencial.
Pero hasta allí llegaron sus oponentes. Chávez ganó el referéndum en 2004 y desinfló a la oposición. Para muchos analistas, la capacidad de Chávez de mantenerse en el poder es fácil de explicar: Los pobres le aman. Chávez puede ser un caudillo, dice el razonamiento, pero a diferencia de otros caudillos, Chávez se aproxima a un Robin Hood bona FIDE. Con una retórica de inclusión y gasto espléndido, en especial desde finales de 2003, Chávez se ha dirigido a las necesidades espirituales y materiales de los pobres de Venezuela, que en 2004 alcanzaban a ser un 60% de los hogares venezolanos.
Sin embargo, reducir los logros políticos de Chávez a una historia de redención social pasa por alto la complejidad de su régimen – y el peligro de su precedente. Innegablemente, Chávez ha traído programas sociales innovadores a vecindades que el sector privado y el estado venezolano habían prácticamente abandonado en manos de bandas criminales, aunque muchas de esas iniciativas se dieron solo cuando se vio forzado a competir en el referéndum revocatorio. También desplegó uno de los más dramáticos crecimientos en gasto estatal en un país en desarrollo, pasando de 19 % del PIB en 1999 a más del 30% en 2004. Aún así, Chávez ha fallado en mejorar en cualquier medida significativa los índices de pobreza, educación o equidad. Más crítico aún para la teoría de Chávez-como-Robin Hood, es que los pobres no lo respaldan en masa. La mayoría de las encuestas revela que cuando menos 30 %, y a veces aún más, desaprueban a Chávez. Y es seguro asumir que entre el 30 y 40% del electorado que se abstiene de votar, la mayoría tiene bajos recursos.
La incapacidad de Chávez para lograr control sobre los pobres es clave para comprender su nuevo estilo de dictadura – llamémosle “autocracia competitiva”. Un autócrata competitivo tiene suficiente soporte para competir en elecciones, pero no lo suficiente para abrumar a la oposición. La coalición de Chávez comprende hoy en día porciones de los pobres, la mayor parte de una fuerza armada purgada a fondo, y muchos políticos de izquierda marginados por largo tiempo. Chávez es por ello, distinto de otros dos tipos de dictadores: el autócrata impopular que tiene pocos seguidores y debe recurrir a la represión abiertamente, y el autócrata cómodo, que enfrenta poca oposición y puede relajarse en el poder. La oposición a Chávez es demasiado fuerte para ser reprimida abiertamente, y las consecuencias de hacerlo serían en cualquier caso prohibitivas. Así, Chávez mantiene una semblanza de democracia, que le obliga a ser más listo que la oposición. Su solución es antagonizar, en vez de prohibir. El éxito electoral de Chávez tiene menos que ver con lo que hace por los pobres que con como trata a la oposición organizada. El ha descubierto que puede concentrar poder más fácilmente en presencia de una oposición virulenta que con una oposición clandestinizada, y al hacer esto, está reescribiendo el manual de cómo ser un autoritario de la era moderna.
He aquí como funciona:
Ataque a los partidos politicos: Tras el fallido intento de Chávez de obtener el poder por medio de un golpe en 1992, él se decidió a intentar las elecciones de 1998. Su estrategia de campaña tenía un tema preeminente: la maldad de los partidos políticos. Sus ataques a la partidocracia (en comillas en el original, n. del .t.) eran más frecuentes que sus ataques en contra el neoliberalismo, y el tema fue un éxito instantáneo con el electorado. Como en la mayoría de las democracias de países en desarrollo, el descontento con los partidos existentes era profundo y dominante. Atraía a la derecha y a la izquierda, viejos y jóvenes, el votante tradicional al abstencionista. La posición antipartidista de Chávez no sólo le permitió ser elegido, sino que para Diciembre de 1999 le permitió también aprobar una de las constituciones más antipartidistas entre las democracias de América Latina. Su plan para concentrar poder arrancaba bien.
Polarizar a la sociedad: Habiendo logrado el poder, la tarea del autócrata competitivo es polarizar el sistema político. Esta maniobra desinfla el centro político y mantiene la unidad entre sus seguidores. Reducir el centro político es crucial para el autócrata competitivo. En la mayoría de las sociedades, el centro ideológico es numéricamente fuerte, lo cual crea un problema para los aspirantes a autócratas, pues los votantes moderados rara vez van por los extremistas – a menos por supuesto, que el otro lado se vuelva inmoderado también.
La solución es provocar a los oponentes a que tomen posiciones extremas. El alza de dos polos extremos rompe el centro: la izquierda moderada se espanta por la derecha, y gravita hacia la izquierda radical, y viceversa. El centro nunca desaparece por completo, pero se reduce a un tamaño manejable. Ahora, nuestro aspirante a autócrata tiene la oportunidad de ganar más de un tercio de los votos en cada elección, quizás hasta una mayoría. Chávez logró polarizar el sistema tan temprano como Octubre de 2000 con su decreto 1011, que sugería una nacionalización de las escuelas privadas y una ideologización del sistema de educación pública. La oposición reaccionó predeciblemente: entró en pánico, se movilizó y abrazó una posición radical en defensa del status quo. El centro comenzó a reducirse.
Los seguidores de Chávez, mientras tanto, se vieron energizados y poco inclinados a discutir mientras él conquistaba obstáculos institucionales a su poder. Esta energía dentro del movimiento es esencial para el autócrata competitivo, quien en realidad enfrenta una mayor oportunidad para la disensión interna que los dictadores impopulares pues la coalición que le apoya, es mayor y más heterogénea. Así debe identificar constantemente mecanismos para aliviar tensiones internas. La solución es simple: invite a las tropas descontentas con recompensas espléndidas y provocar a la oposición para que siempre haya un monstruo que enfrentar. La generosidad crea incentivos para que las tropas se mantengan fieles, y las provocaciones eliminan los incentivos para cambiar de bando.
Reparta la riqueza selectivamente: Aquellos que esperan que el populismo de Chávez beneficie a los ciudadanos de acuerdo a sus necesidades, en lugar de su utilidad política, no comprenden la autocracia competitiva. Su populismo es grandioso, pero selectivo. Sus seguidores reciben favores inimaginables, y sus detractores solo reciben insultos. Negar riquezas a la oposición mientras se regala a los seguidores con el botín tiene los beneficios adicionales de causar rabia a aquellos que no pertenecen al campo del autócrata y dar más combustible al fuego de la polarización que el autócrata competitivo necesita.
Chávez tiene gran cantidad de recursos de los cuales puede hacer uso. Es, después de todo, uno de los más poderosos Gerentes en uno de los más beneficiosos negocios: Venderle petróleo a Estados Unidos. Él ha aumentado lentamente su control personal sobre PDVSA. Con ventas estimadas en 84 billones de dólares en 2005, PDVSA tiene la quinta posición en reservas probadas en posesión estatal en el mundo y los ingresos mas grandes en América Latina después de PEMEX, la estatal petrolera mejicana. Ya que participa en ambos mercados de venta al por mayor y al detal en petróleo en Estados Unidos (es dueña de CITGO, una de las más grandes empresas de refinación y venta de gasolina al detal de los Estados Unidos), logra ganancias sin importar si el precio del petróleo está alto o bajo.
Pero regar dinero del petróleo no es lo suficientemente polarizante. Chávez necesita conflicto, y su reciente expropiación de tierras privadas lo ha provisto de ello. A mediados de 2005, el gobierno nacional, en cooperación con algunos gobernadores de estado y la guardia nacional, comenzó una serie de tomas de tierras. Casi 250.000 acres (aprox. 1000 km2) fueron tomados en Agosto y Septiembre, y el gobierno ha anunciado que tiene intenciones de tomar más. La constitución permite expropiaciones sólo después de que la Asamblea Nacional consienta, o que la propiedad haya sido declarada ociosa. Chávez ha encontrado otra manera – cuestionando los títulos de propiedad y alegando que dichas propiedades pertenecen al Estado. Los seguidores de Chávez aplaudieron la movida rápidamente como virtuoso Robinhoodismo. Por supuesto, un gobierno interesado sinceramente en los pobres habría simplemente distribuido parte del 50% del territorio venezolano que ya posee, la mayor parte del cual está ociosa. Pero entregar tierras estatales no engancha a nadie.
La mayor parte de las tierras terminará probablemente en manos de activistas del partido y los militares, no en las manos de los pobres. Poseer una pequeña parcela de tierra es un sueño para la jubilación común entre muchos sargentos venezolanos, razón por la cual la milicia ha sido hipnotizada por la toma de tierras de Chávez. Poco después del anuncio de las expropiaciones, surgió una disputa pública entre el director del Instituto de Tierras, Richard Vivas, un civil radical, y el ministro de alimentación, Rafael Oropeza, General activo, cuya oficina estaría a cargo de las expropiaciones. Nadie espera que los militares se marchen con las manos vacías.
Permita que la burocracia decaiga, casi por completo: Algunas autocracias, como la de Burma, buscan hacerse legítimas estableciendo el orden; otras, como el partido comunista chino, lo hacen intentado proveer prosperidad económica. Ambos tipos de autocracia requieren una burocracia de alto nivel. Un autócrata competitivo como Chávez no requiere tal competencia. Puede permitir que la burocracia decline – con una excepción: las oficinas que cuentan votos.
Quizás la mayor evidencia de que Chávez impulsa el caos burocrático es el cambio constante en su gabinete. Es imposible tener políticas coherentes cuando los ministros no permanecen suficiente tiempo en el cargo para siquiera redecorar sus oficinas. En promedio, Chávez cambia a más de la mitad de su gabinete cada año. Sin embargo, junto a esta agitación burocrática, él está construyendo una poderosa maquinaria electoral. Las mejores mentes y los mejores técnicos (en itálicas en el original, n. del t.) manejan las elecciones. Uno de los más influyentes genios electorales del gobierno es el reservado ministro de finanzas, Nelson Merentes, quien pasa más tiempo ocupado en elecciones que en solvencia fiscal. El trabajo de Merentes es bien claro: extraer la mayor cantidad posible de cargos de resultados electorales mediocres. Esta tarea requiere una comprensión profunda de los sistemas electorales, manipulación efectiva de la distribución de los circuitos, movilización de nuevos votantes, conocimiento detallado de las inclinaciones políticas de los diferentes distritos, y, por supuesto, una pizca de truculencia. Una buena cabeza para los números es requisito indispensable para este trabajo. Merentes es, sin ninguna sorpresa, un matemático entrenado.
Los resultados son aparentes. Renovar un pasaporte en Venezuela requiere varios meses, pero más de 2.7 millones de votantes han sido registrados en menos de dos años (casi 3700 votantes por día), de acuerdo a un reporte reciente en El Universal, un diario caraqueño pro-oposición. Para el referéndum revocatorio, el gobierno añadió nombres al registro hasta 30 días antes del voto, haciendo imposible chequear irregularidades. Más de 530.000 extranjeros fueron nacionalizados de manera expedita y registrados en menos de 20 meses, y más de 3.3 millones fueron transferidos a nuevas circunscripciones electorales.
Los estrategas electorales de Chávez también han logrado descifrar como jugar con el bifurcado sistema electoral, en el que 60% de los puestos son elegidos uninominalmente y el resto de los puestos va a listas compiladas por partidos. El sistema está diseñado para favorecer al segundo partido en tamaño.
Para masajear al sistema, el gobierno adoptó el sistema de morochas (en itálicas en el original, n. del t.), término popular para referirse a gemelas. Los operativos políticos del gobierno crearon un partido nuevo para participar en la elección uninominal. Así el partido de Chávez evita la penalidad impuesta al partido por ganar en ambos sistemas. El beneficio que sería obtenido por un representante de la oposición es capturado por la misma gente que gana los puestos uninominales – precisamente el resultado que se buscaba evitar al diseñar el sistema. En las elecciones de Agosto de 2005 para gobiernos locales, por ejemplo, el partido de Chávez obtuvo el 77% de los puestos con solo 37% de los votos en la ciudad de Valencia. Sin morochas, la porción de puestos del gobierno hubiese alcanzado sólo el 46%. La legalidad de muchas de las estrategias gubernamentales es cuestionable. Y es allí que controlar el Consejo Nacional Electoral y la Corte Suprema resulta útil. A estas fechas, ninguno de los dos cuerpos ha encontrado ningún problema en las estrategias electorales del gobierno.
Antagonice al Superpoder: Después del RR, en el que Chávez obtuvo 58% de los votos, la oposición cayó en coma, en shock no sólo por los resultados sino por la facilidad con la que los observadores internacionales validaron la endeble auditoria de los resultados por parte del CNE. Para Chávez, el silencio atónito de la oposición ha sido una bendición mixta. Ha aclarado el camino para más incursiones estatales, pero ha dejado a Chávez sin enemigos para atacar. La solución? Tomarla en contra de los Estados Unidos.
Los ataques de Chávez en contra de Estados Unidos aumentaron notablemente al final de 2004. Él ha acusado a Estados Unidos de planificar matarle, de preparar su derrocamiento, de poner espías dentro de PDVSA, de planificar una invasión a Venezuela, y de aterrorizar al mundo. Atacar al superpoder sirve al mismo propósito que antagonizar a la oposición: Le ayuda a unir y distraer a su diversa coalición de seguidores – con un beneficio adicional. Le gana las simpatías de la izquierda internacional.
Todo autócrata necesita apoyo internacional. Muchos buscan ese apoyo acercándose a los superpoderes. La forma de Chávez es convertirse en un antiimperialista balístico. Chávez tiene aún que salvar a Venezuela de la pobreza, el militarismo, la corrupción, el crimen, la dependencia del petróleo, el capitalismo monopólico, o cualquier otro de los problemas que interesan a la izquierda internacional. Con pocos logros socialdemócratas que presentar, Chávez necesita desesperadamente algo que cautive a la izquierda. Se juega una carta antiimperialista porque no tiene ninguna otra en la mano.
La belleza inherente de esta política es que, al final, poco importa como responda Estados Unidos. Si Estados Unidos se hace de la vista gorda (como hizo hasta 2004), Chávez parece haber ganado. Si Estados Unidos sobreactúa, como lo ha hecho en mayor medida en meses recientes, Chávez prueba su punto. Aspirantes a autócratas tomen nota: atacar a Estados unidos es una política de bajos riesgos y altos retornos.
Caos controlado.
En última instancia, todo régimen autoritario busca el poder siguiendo el mismo principio. Elevan la tolerancia de la sociedad para la intervención estatal. Thomas Hobbes, el filosofo británico del s. XVII, ofreció algunos tips para lograr este fin. Mientras mayor inseguridad enfrenten los ciudadanos – acercándose a vivir en un brutal estado de naturaleza – mas darán la bienvenida al poder del estado. Puede que Chávez no haya leído a Hobbes, pero comprende su pensamiento a la perfección. Él sabe que si los ciudadanos ven al mundo colapsar, apreciarán más las intervenciones estatales. En vez de componer el catastrófico sistema de salud publica, abre unos cuantos hospitales militares a pacientes selectos y trae médicos cubanos para manejar clínicas ad hoc. En vez de ocuparse de la falta de competitividad de la economía, ofrece subsidios y protecciones económicas a agentes en problemas. En vez de acabar con la inflación, hecho crucial para aliviar la pobreza, Chávez establece controles de precios y crea tiendas de abarrotes locales con precios subsidiados. En vez de promover derechos de propiedad estables para fomentar las inversiones y el empleo, expande los programas de trabajo estatales.
Como la mayoría de los diseñadores de moda, Chávez no es completamente original. Su forma de autoritarismo tiene influencias. Su antiamericanismo, por ejemplo es Castro puro; su uso de los recursos del Estado para recompensar a sus seguidores es la quintaesencia del populismo latinoamericano; y su inclinación a tomar las instituciones la obtuvo seguramente de varios presidentes de orientación capitalista de la década de 1990.
Chávez ha absorbido y combinado esas técnicas en un modelo coherente para un autoritarismo moderno. El estudiante emerge ahora como maestro, y su agenda se adapta al mundo post-totalitario de hoy, en el que las democracias en los países en desarrollo son lo suficientemente fuertes para sobrevivir golpes por dictadores chapados a la antigua pero están sitiadas por desordenes institucionales. De Ecuador a Egipto a Rusia, hay vastos territorios para que se desarrolle el autoritarismo competitivo.
Cuando el presidente Bush criticó a Chávez en la Cumbre de las Américas en Argentina en noviembre pasado, puede que se haya contentado con pensar que Chávez es el único que se resiste a una ola democrática que barre al mundo. Pero Chávez ha aprendido a surfear esa ola muy bien, y puede que hay otros que se presten a seguir en su estela.

Por Javier Corrales