lunes, mayo 23, 2005

Vicios privados y Virtudes Públicas

Por Mercedes Margarita Malavé González

Cuenta una vieja fábula de una colmena rica y próspera, donde todas las abejas vivían desahogadamente y nadie se podía quejar de su situación económica, sin embargo, todas se quejaban de la falta de honradez y el deterioro moral de sus relaciones. No había prácticamente nadie que no mintiera para hacer sus negocios; abundaba la corrupción.

Hasta que un buen día los lamentos de las abejas llegaron al dios Júpiter quien tomó la decisión de acabar con aquella situación. Hizo que comenzara a funcionar la justicia eficazmente y las cárceles se llenaron rápidamente de las más variadas abejas. Los malos negocios comenzaron a quebrar y aumentó el desempleo; nadie volvió a pedir dinero prestado por miedo a tener que pagar como debía; el comercio se vino abajo, proliferó la pobreza; muchas abejas tuvieron que partir a otros lugares y, al ver la debilidad del enjambre, otras colmenas decidieron atacar y acabar con las pocas que quedaban.

Creo que, en el fondo, muchas personas piensan que los vicios privados no repercuten en la vida pública; que lo que hagan o deshagan en su vida privada es problema de ellos y no afecta a los demás. De este modo, se conforman con guardar las apariencias, con ser políticamente correctos. Y podría haber hasta los que justifican su conducta con la idea de que, gracias a sus malas jugadas, hoy día son lo que son y tienen lo que tienen.

Este es el camino por el que se crean los valores ficticios, abundantes en la política y en las relaciones sociales; vacíos completamente de significado y sin ninguna repercusión en el bien común. Tomemos un valor, por ejemplo, la solidaridad. Tal vez por presión social y afán de construir una buena imagen, por eso que hoy llamamos responsabilidad social, la mayoría piensa que debemos ser más solidarios, que la falta de solidaridad es el problema sostenido de nuestro país y la principal causa de la crisis global que estamos atravesando. Así, se esfuerzan por ayudar más a sus empleados, dan limosna en la calle, se enrolan en algún movimiento social, contribuyen con donativos, etc. Esto sin abandonar los gastos innecesarios, sin sacrificar la propia comodidad, e incluso practicando otros tipos de injusticias en la convivencia diaria, cometiendo pequeñas o grandes faltas de honradez, de corrupción o de viveza.

Considero que este tipo de personas están contribuyendo muy poco, por no decir nada al bien común, por más cuantiosa que sea su contribución. Sin una vida realmente buena, es imposible mejorar la sociedad, porque fácilmente se derrumbaría cualquier tipo de iniciativa social, como fue el caso de la colmena de la fábula. Las virtudes son actos personales fruto de una revisión de la propia conducta, con fin de encarnar unos valores morales en la propia vida.

Ciertamente, sólo siendo más solidarios podemos cambiar a Venezuela. Y la solidaridad se materializa en innumerables iniciativas que afectan y exigen un cambio de vida: dar, no de lo que me sobra, sino hasta que me duela; vivir sobriamente y reducir gastos personales aunque podamos afrontarlos; pagar lo justo, aunque eso reduzca las propias ganancias; tratar a los empleados, a los enfermos y a los ancianos con el cariño y el respeto que se merecen, y tantas otras manifestaciones que por el limitado espacio no puedo mencionar.

Mercedes Margarita Malavé González

domingo, mayo 22, 2005

¡Devuélvanme a mi país!

por Carlos Flores

"La revolución bolivariana había fallecido, así de fácil... porque no era en realidad una revolución, sino la locura de un pobre hombre."


Durante varios días he analizado algunas ideas para la columna. Historias no faltan: podría escribir sobre ese patético hombrecito llamado Luis Tascón, el caso de Manuitt, Capriles Radonski... no sé, o que sufriré mucho
al no poder ver en VTV el show de los Tres Chiflados de la Revolución (La Hojilla) ... la verdad es que hubiera gozado escribiendo sobre alguno de estos temas.

Seguramente me hubiera salido un artículo bastante sarcástico y ameno.

Pero, ¿sabes?, ya está bueno. A decir verdad leo muy pocas columnas de opinión porque siempre me han parecido más de lo mismo. Es decir, la única opinión en este planeta que me importa es la mía (sí, sé que suena mal). Y además creo que hemos llegado a un punto muerto, de quiebre y ya no necesitamos opiniones sino acciones.

¿Para qué te voy a escribir todas las semanas sobre cosas que tú, mejor que nadie, sabe, vive y siente día a día? Yo sé cuán jodido está este país. Lo sé muy bien y tú también lo sabes. Todos lo sabemos. No es un secreto.

El cáncer está ahí: mostrando su bajeza ante todos y con orgullo. Entonces no quiero cometer el error de los demás columnistas de opinión: no quiero seguir lloviendo sobre mojado. Quiero detener la lluvia.

Porque, amigo lector, así como vamos no veo un fin cercano a esta horrible función de circo. En este momento de la historia venezolana la política ha muerto. No hay espacio para ella y pronto tampoco habrá espacio para nada más que no sea repetir el nombre de Bolívar cincuenta veces al día.

Nos están estrangulando... y no nos defendemos.

¿Acaso eso es lo que somos los venezolanos?, ¿una nación de cobardes que nos dejamos robar la democracia por el primer reptil charlatán que llegó a Miraflores y, de paso, no tenemos los cojones para recuperarla?

No sé tú pero yo no soy así, y ahorita me siento más encabronado y humillado que nunca.

Siempre he dicho que como periodista uno no debería mezclarse con la política. Pero como la política está muerta (y siempre he pensando que un buen periodista sí debe caerse a puños de cuando en cuando) quiero dar un paso al frente a reclamar que me regresen al país donde nací.

Pero mientras escribo esto pienso: "coño, Carlos, qué loco estás. Tú estás solo. ¿qué puede hacer un tipo como tú en medio de esta demencia?".

Aunque de repente no estoy solo y tú también has estado esperando que ocurra algo, que alguien le dé un parado a esto antes que... bueno, falta muy poco para que sea demasiado tarde. Y no quiero que dentro de veinte años tenga que explicarle a mi hijo por qué carajo no hice algo para detener la hecatombe, diciéndole que me cansé de criticar lo que estaba ocurriendo pero como ningún político se atrevió a darle un parao a Chávez yo preferí quedarme oculto tras mi computadora, escribiendo desde lejos.

Voy a cumplir 30 años en Octubre. Tengo la juventud y las ganas y probablemente tú también te sientas así: con ganas de salir a marchar...
pero no para bailar, ni con gorritas de moda o franelitas de diseño. Yo quiero salir a marchar para drenar esto que tengo en el pecho y para gritar: "¡Vete al infierno!" y caminar hasta Miraflores y que ninguno se vaya a su casa hasta que Él renuncie.

¿Pedir permiso para organizar una marcha? ¿Quién carrizo me pidió permiso a mí o a ti para establecer esta asquerosa falta de respeto que llaman Revolución Bolivariana?

No, aquí no tenemos que pedirle permiso a nadie sino salir a la calle ya, en este momento, y jugarnos la última pieza que nos queda: nuestra dignidad.

Aquí no se necesitan políticos ni discursos. Quien esté esperando que llegue otro súper líder, un nuevo Mesías, está más loco que Chávez.

Tú eres un líder, tu vecino es otro líder... somos millones de líderes.
Mejor dicho: somos los dueños de este país y todos queremos lo mismo:
remover de su cargo a un empleado público que no cumplió con el trabajo asignado.

¿Qué podemos perder, la vida?, no sé si te has dado cuenta pero exactamente eso es lo que nos están robando al aniquilar nuestra nación: la vida de cada uno de nosotros.

Y no te miento al asegurarte que por este pedazo de tierra donde nací, crecí, me enamoré, sufrí, reí y soñé, haría cualquier cosa... y necesito pensar que tú opinas igual.

Ya no quiero ver a otro imbécil con una boina roja, ni escuchar las palabras Revolución, Escuálido, Olígarca, Imperialismo; y es que en el país donde yo nací esas palabras no existían.

Quiero despertar de esta pesadilla porque sinceramente no aguanto más.

¿Hasta cuándo aguantarás tú?