por Rafael Muci-Mendoza
Cada vez que en el gallinero la polla criolla pone una triste ñemita arma tremendo alboroto… ¿Quién lo dudaría? Los cacareados niños de la revolución, epíteto rimbombante y falseador para señalar la orfandad y la utilización del dolor ajeno, están más negligidos que los indígenas de la resistencia. Maternidades y hospitales de niños, pletóricos están de dolor y de carencias. Toneladas de dinero que se les destina y estos malhechores que se los birlan sin salir de caja. Pervertidos e ignaros no saben qué hacer con tantas protestas para las cuales, carentes de respuesta, recurren al manido recurso de culpar al gobierno anterior fenecido hace dos lustros. En su lastimosa indigencia e indefensión, el niño necesita del adulto para sobrevivir, crecer y acontecer.
Si no fuera por todo el sufrimiento de familias y niños, el problema que explotó al ministerio de salud con la parotiditis epidémica sería tragicómico. Rebuznos y carcajadas de hienas es todo cuando de ese recinto sale. Dirán que el problema es tan antiguo como la humanidad: En Esparta los niños malformados eran lanzados al vacío desde la Roca Tarpeya; el pobre de Lot se consoló en su viudez cometiendo incesto con sus hijas y en Belén, por orden del Rey Herodes fueron degollados los niños menores de dos años. Como toda minoría irredenta, niños y adolescentes son las víctimas propiciatorias de desvaríos políticos o religiosos con el consecutivo abuso, tortura o explotación.
En la revolución no se les permite buena alimentación, educación libre, independencia ni talento. Los nuevos profesores de medicina se parecen a aquel maestro mío que nada sabía, pero que solía llevar bajo el brazo algún sapiente libro al cual tan siquiera había hojeado. ¡Con razón que le llamaban ¨sobaco ilustrado¨…!
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