Fecha: 22 de abril de 2009 12:53 Discurso de Lolita Aniyar 19 de Abril 2009
Aquí estoy, de regreso a la espléndida matriz de esta madre generosa zuliana. De regreso con amor a este Zulia nuestro, profundo, mi Zulia hoy despojado, agredido por el espíritu mezquino de la venganza; por la complicidad de sus hijos traidores que levantaron su mano con un hacha para mutilarlo.
Mi Zulia, sin embargo, zona liberada en Venezuela.
Además, en este recinto sagrado de la historia cultural del Zulia, que es el teatro Baralt. El Zulia de los poetas. ¿Quién dice que no? El Zulia de la pasión por los filósofos y héroes griegos que dieron su nombre a tantas personas de esta tierra (nombres que en Venezuela, que no conoce al Zulia, parecen extraños, porque no conocen sus dignas raíces culturales).
Maracaibo, única gran ciudad que decidió paralizarse, en un gran duelo general, porque había muerto, no un político, no un militar, no un pelotero, sino Udón Pérez, su poeta entrañable.
Este es el único Estado cuya plaza más importante, la Plaza Baralt, no está dedicada a un héroe militar, sino a un poeta. ¿No son estos signos extraordinarios de su personalidad civilista y civilizadora? Yo quiero empezar haciendo referencia, porque hoy parece pertinente, a la contradicción entre dos conceptos que se me ocurren explicativos de nuestras serias preocupaciones actuales.
Venezuela, en la disyuntiva entre el Progreso y el Milenarismo: El milenarismo es el mito -basado en la necesidad de borrar los pecados, la degeneración de las costumbres, los desafueros de la sociedad y de sus acciones políticas-, según el cual es necesaria la destrucción total de la humanidad, para que, con “la perfección de los orígenes”, algo nuevo renazca, una humanidad nueva se presente.
El mito del milenarismo no sólo está en la Biblia, sino que suele estar presente como un elemento religioso en muchas comunidades arcaicas (prefiero usar este nombre al de comunidades primitivas). Los aztecas, por ejemplo, lo tenían.
Pero el ejemplo más claro lo vemos en el mito del Diluvio (como recordamos los descendientes de la civilización judeo-cristiana, en él, sólo una pareja de cada especie sería salvada para que la reproducción de la humanidad comenzara desde cero). Y, como en el caso de la mujer de Lot, no habría que mirar hacia atrás, mientras las ciudades pecadoras se incendiaban. Sin embargo, a posteriori, y sabiamente, el milenarismo es oficialmente rechazado por la Iglesia.
Esto es importante porque en ese rechazo se reconoce la primera manifestación de la doctrina del progreso. Según la doctrina del progreso, posición que enfrenta los vaticinios míticos de los profetas, de los visionarios, de los apocalípticos de toda suerte- no es necesario destruir para alcanzar un mejor amanecer.
Al rechazar el mito de la re-generación, la Iglesia ha aceptado el Mundo tal cual es, reconoce su evolución, y postula más bien que, avanzando, puede hacerse la existencia humana un poco menos desgraciada de lo que ha sido en las grandes crisis históricas.
El progreso es, entonces, un ir hacia delante sin asesinar el pasado, la memoria, la identidad, o la cultura. Como ha dicho el filósofo de religiones y mitólogo rumano, Mircea Eliade, “la mitología escatológica y milenarista hizo su reaparición en Europa, en dos movimientos políticos totalitarios.
A pesar de estar en apariencia radicalmente secularizados, el nazismo y el comunismo están cargados de elementos escatológicos que anuncian el fin de este mundo y el principio de una era de abundancia y beatitud. No hay que insistir sobre el carácter político, social y económico de tales movimientos: es evidente.
Sus semejanzas son enormes: nazismo y comunismo, por su verticalidad, son movimientos igualmente fascistas. Pero su fuerza, su irradiación, no residen únicamente en los discursos socioeconómicos, sino en que en realidad se trata de movimientos religiosos.
Los afectos a esos movimientos esperan y proclaman algo parecido al Fin del Mundo, como requisito para alcanzar una mejor condición económica y social; pero, sobre todo, porque esperan una re-creación de ese Mundo y una restauración de la beatitud humana…..” ”.
Esta es la anacrónica doctrina que se nos está vendiendo hoy en Venezuela. Matar al mundo viejo para que renazca un mundo nuevo. Nos los vendía ya Cuba hasta en las canciones de Silvio Rodríguez: “para que nazca un mundo nuevo,….nuevo, nuevo,”. Lo había anunciado luego, y hace tiempo, en “Habla el Comandante”, el hoy Presidente en sus declaraciones a Agustín Blanco Muñoz: “es necesario que muera lo que debe morir para que nazca lo que debe nacer”.
Como el Ave Fénix, ese hombre nuevo renacería de sus cenizas. Es el asesinato sacrifical básico para la re-generación, afincada en la mitología religioso- comunista.
Por eso, hace 10 años, este Presidente juró sobre una Constitución llamada “moribunda”. Y, en consecuencia, tuvimos lo que llamaron una “nueva” República. No nos dimos cuenta, ese día, lo que esa frase significaría. La destrucción comenzaba. Claro que no era una destrucción positiva: se encaminaba por la senda paranoica del poder total e indiscutible. A la manera de Dios, nadie más que el líder podía tener razón. Todo fue planificado. Para eso, hubo que empezar por cambiarle el nombre a Venezuela.
Cuando uno no sabe ya ni cómo se llama su madre, de dónde sale, cuál es su sangre antigua, entonces se confunde, está desorientado, inerme; y ante ese vacío construido, el ciudadano es terreno fértil para ser insidiosamente inoculado con cualquier idea peregrina o propósito de poder. Hubo que cambiarle también la moneda.
Y hasta inventar otra para el trueque de bienes, a la manera de la beatitud paradisíaca de los orígenes míticos de la humanidad. Los gallineros verticales fueron el regreso a los abonos naturales de los primeros tiempos, más aromáticos, sin duda, y afortunadamente menos químicos, pero absolutamente ineficientes para la producción o para la alimentación en el mundo contemporáneo. Sobre estas muletas maltrechas, olorosas a viejo, sobre la ruta de la arepa o la empanada, todos inventos del regreso a lo primitivo, se encaminaba el progreso económico y social de Venezuela…en el Siglo XXI !
Por ese camino, también nos cambiaron la bandera y el escudo: una estrella más, un caballo que mira hacia otra parte. Nadie supo tampoco por qué cambiaron la hora, a pesar de que es rechazada en todos los aparatos digitales internacionales. Venezuela tiene una hora totalmente suya, está fuera de las coordenadas del mundo contemporáneo.
Tenemos un satélite, -vayan ustedes a saber cómo, dónde y cuándo, nos está siguiendo los pasos-, pero la hora es, paradójicamente “intemporal”. El sol ha sido violentado: y cuando miramos al cielo ya no sabemos si es temprano o tarde. Nos colocaron al margen de la naturaleza. Y también de la Historia. Borrar los símbolos es un intento de borrar la Historia.
Si, además, esa historia está escrita en los libros escolares, pues ¡hay que modificar los libros! Eso sirve para incluir en ellos un personaje emblemático que simbolice el nacimiento de la vieja-nueva Era. Si está en las bibliotecas, pues hay que incinerar los libros! Si está en el pensamiento universitario, entonces hay que modificar el CNU, eliminar la autonomía.
Si hay medios de comunicación que la difundan, hay que ponerles una bota encima con forma de candado. Si hay líderes portadores de esas ideas, hay que encerrarlos, expulsarlos, o bien borrarlos del territorio sagrado de la lucha política. Frente a ese personaje religioso, que se asume como sagrado portador del futuro, Orwell ya no es ciencia-ficción. Todo estará regulado. Todo será vigilado. La libertad de la democracia se percibe como caos.
El autoritarismo, en cambio, sería orden, pues es estático, inamovible… y para siempre! Lo que no era nuevo era la exaltación del caudillismo decimonónico, del jinete que avanzaba por nuestros campos, generando facciones y sangrientas batallas sin fin, desmoronando en pedazos el país, enfrentándolo entre sí con armas e invectivas. Esto útil: el caudillo puede decir malas palabras, puede ser obsceno en sus propósitos machistas contra las mujeres que se expresan políticamente; puede amenazar, ordenar locamente que todo lo obedezca; puede patear, relinchar, mostrar sus dientes cuadrados. En fin de cuentas, suele pregonarse descendiente de un ser mitad hombre, mitad animal: el Centauro.
Ese orden, supuestamente “nuevo”, montado sobre la destrucción, había que construirlo para esclerosarlo. Calcificarlo. La gran tumba, entonces, se fue profundizando. Por eso el desafío oficial, hoy, en Venezuela, que se enfrenta a la resistencia venezolana, es hacerlo “a Muerte”.
La Muerte es el signo de nuestro Siglo XXI; el héroe más revolucionario, más definitivo del proceso que se ha instaurado en el país, es la Muerte; por eso carga en sus esqueléticos hombros una guadaña que usa para descabezar no sólo los artículos que se construyeron como sagrados en la Constitución, o para destruir las decisiones soberanas del pueblo, sino a cualquier líder prestigioso de una posible resurrección. Así funciona “El Dedo de Chavez”, que el jueves, en medio de sospechosas deleitadas conmociones, fuera puesto de manifiesto con orgullo y devoción por la nueva Vice Presidenta que usurpa el poder electo de la Alcaldía Metropolitana.
Resulta que ahora el Gobierno presidencial se llama “El Dedo de Chavez”. Asdrubal Baptista, bajo el título de “Quienes se creen dioses no siempre cambian la historia” (El Nacional del domingo 20 de setiembre de 1998), nos decía que “el juego del poder, que domina como pocos aspectos la escena humana, refina la creencia de que al hombre poderoso le es dado siempre torcer las cosas a su favor, incluyendo, por supuesto, las fuerzas de la historia.”
El intento se hace. Que su resultado sea perpetuo, depende de nosotros. Nietzsche define bien al “hombre llamado grande” como alguien que «no quiere corazones que simpaticen con él; antes bien, súbditos, instrumentos... Se sabe impenetrable a una comunicación genuina, y aborrece la familiaridad. Cuando no habla consigo mismo se pone una máscara. Prefiere mentir a decir la verdad: ello le exige mayor fortaleza ».
Y es que no hay seres humanos grandes, sólo hay grandes acontecimientos. Hay circunstancias que se cruzan, que deslastran caminos, que colocan a cualquiera, de cualquier dimensión, -grande, mediocre o pequeña-, en el centro de la atención, y, a veces, desafortunadamente, de la historia. Que luego ese cualquiera pretenda ser Uno y Todos es un contrasentido humano, sólo atribuible a los dioses de la historia de las viejas religiones.
Como consecuencia de la desaparición de ese orden destructor, -que por suerte, siempre se desvanece gracias a las fuerzas colectivas que van abriendo brechas oxigenantes-, Pino Iturrieta se preguntaba “¿Por qué una ciudad como San Petersburgo ha recobrado su nombre original? Porque la sociedad a la cual pertenece, o sus élites más lúcidas, realizaron un ejercicio de memoria y un análisis de la conciencia colectiva con el objeto de preservar la esencia de aquello que los identificaba en términos genéricos.
Cuando los rusos recobran el nombre de San Petersburgo, que había sido recubierto con el de Leningrado, ponen en el justo lugar a un partido político que se había asumido a sí mismo como el único profeta del porvenir y del pretérito. “ Decretar el nombre de Venezuela bajo el sufijo de “República Bolivariana”, - lo que se hace arteramente para legitimar el nuevo orden sobre la base de los sueños históricos de nuestras juventudes-, destaca el carácter excepcional de uno sólo de los integrantes de la historia, sin consideración de los fenómenos anteriores y con el borramiento de los posteriores.
Olvida que la historia es un fenómeno colectivo. Y nos ancla en una época, en una ideología que pertenece a otro mundo, inencontrable hoy en estas latitudes. Una ideología sin duda incompatible con el comunismo, pues Bolívar fue, en sus mejores momentos (porque los tuvo malos) un profundo liberal, en el mejor de los sentidos, hasta que la borrachera de la fama y del poder ejercido pervirtiera sus razones y propusiera en la Constitución de Bolivia, -nación inventada para él-, una Presidencia vitalicia y una Vicepresidencia hereditaria. ¿Es este el bolivarianismo de Chávez?). Fue alguien que creía en la horizontalidad del poder, para lo cual era necesario asegurar el recíproco control de los poderes que lo contienen.
Propugnaba la autonomía de los jueces, y respeto a las decisiones soberanas del pueblo. La Historia sin embargo, es otra cosa: es un proceso, es el producto de una actividad de muchas gentes, de muchos tiempos, de muchas circunstancias, que parten del Descubrimiento hasta los días de hoy. De lo que hoy somos, más bueno que malo, participaron contingentes enormes de masas y de líderes que decidieron y performaron nuestro destino.
Lo demás es alimentar el personalismo individualista, el culto a la personalidad. Muy lejos del socialismo que se dice proponer, pero muy cerca de lo que fue el llamado socialismo real. Ese borrar el pasado, al pueblo en su conjunto y en su devenir, nuestro nombre y nuestra cultura, en consecuencia, ha sido, pues, una mutilación del ser nacional. La ocultación ha sido parte de las grandes estrategias del orden autoritario: en Venezuela habría analfabetismo, no habría carreteras, no habría educación gratuita para todos, incluida la universitaria.
Esa imagen se vendió al exterior. Sin embargo, cuando el abandono y el desgobierno lo arropó, se apropiaron de las mejores infraestructuras construidas por la democracia. ¡Con otro nombre, claro! Porque el nominalismo es la estrategia del vacío. Es intentar tapar el sol con un dedo (¿“el dedo de Chávez”?) el olvidar los siglos transcurridos, las luchas, los avances y los retrocesos, nuestro ingreso en la modernidad, nuestro camino hacia la contemporánea posmodernidad imaginativa, no autoritaria, emancipadora de las ideologías estáticas.
Una posmodernidad abierta hacia todos los caminos, donde el bien y el mal se debaten, se reconstruyen, se reconocen en un humanismo que es también evolutivo, dialéctico, histórico, no congelado en el tiempo. Tuvimos dictaduras feudales, pero también generaciones iluminadas por la idea de la libertad, como la del 28.
Tuvimos dictaduras militares, pero también unidad emancipadora, en el 58. Venezuela tiene un pueblo extraordinario, de vocación moderna, habituado a la confrontación de las ideas, de vocación rebelde contra el poder total. Encender el ventilador para ensuciar nuestro pasado en bloque, comenzando con el Pacto de Punto Fijo, es producto de una ignorancia y una incultura inexcusables para quienes pretenden conducirnos. Ese pacto, como bien nos dice el historiador Castro Leiva, no fue un «festín de Baltazar», ni un pacto entre mafiosos, sino la decisión política y moralmente más constructiva de toda nuestra historia. Que su supervivencia se alimentara a veces de defectos y de perversiones del camino originalmente trazado, no le quita la importancia de su origen.
Ni le quita los múltiples caminos que ofrecía hacia la perfectibilidad o hacia mejores alternativas de libertad, justicia, inclusión, soberanía y progreso. Los Partidos políticos construyeron un sistema de equilibrios y debates, incluyeron a la izquierda histórica cuando ésta lo deseó. El gobierno de un solo hombre se sustituyó por uno de colectivos variopintos, por Poderes que, aún cuando se trató en ocasión de controlar, no siempre lo pudieron. Algunos Presidentes pudieron nos gustarnos…pero se alternaron!. La autonomía universitaria construyó alternativas, oposiciones, ideas nuevas. Todo estuvo sobre el tapete, o pudo estarlo. Vivimos sin miedo. Eso fue tal vez lo más importante. Porque el progreso y el desarrollo se nutren de una psicología colectiva que no tiene miedo. Gritábamos lo que queríamos.
Las violencias políticas se redujeron a casos aislados y sus pocos intentos de institucionalizarse, herencia sin duda de la ideología autoritaria en la cual se habían aculturado, fueron desapareciendo. ¡Qué orgullo fue pertenecer a la Venezuela libre, frente a las dictaduras fascistas (todas las dictaduras son fascistas). El único personaje definitivamente protagónico, fue la voluntad popular expresada en un voto más confiable que el de hoy. Y así se fue generando la soberanía verdadera (que está precisamente en la descentralización, que hoy han aplastado, porque el líder no quiere dejar resquicios que no estén cubiertos por su control, su vigilancia, por su mirada permanente, por su rabia, su voluntad omnímoda; por su afán de venganza, por su odio destructor de los obstáculos anti-dedos.
No puede sustituirse la descentralización política por círculos comunales que apenas son reflejo de las palabras y pensamientos de un solo hombre. (Perdón, de un solo dedo!) ¿Qué descentralización es esa, que no es más que la apoteosis de la centralización? Algunos soñamos con una izquierda inclusiva y humanista, profundamente democrática, no vertical, sino discutidora. Una izquierda que sólo en la discusión y su apertura para todos puede llamarse izquierda. Éramos socialistas porque creíamos en la igualdad, pero también en la libertad (por eso bailamos la caída del Muro).
Pero sobre todo creíamos, creemos, en la vida, no en la muerte. La Muerte, cabalgando hoy en los hombros de la Guerra. El Dedo de Chavez, que es el Dedo de la Guerra, movilizando los tanques hacia la frontera de Colombia. No olvidemos que Venezuela ha sido el único país latinoamericano que nunca tuvo una guerra con un país del continente. Diezmó su población en las guerras de Independencia.
Pero nunca se enfrentó o amenazó a un país hermano. El país fue sumergido en una guerra, virtual en el discurso, y real en las acciones persecutorias. ¿Qué doctrina de vida es la doctrina y la práctica del “pueblo en armas” que ha repletado el país con su violencia callejera ( el crecimiento exponencial de la violencia delictiva en el país, es un producto del discurso presidencial); el ofrecimiento de una isla venezolana para una base militar rusa (que afortunadamente ni siquiera la quiere). ¿Qué doctrina de vida es asociarse con países que desarrollan tecnologías de destrucción nuclear? ¿Qué doctrina de vida es romper relaciones con todo el que no piensa como uno, y asociarse, en cambio a los peores y más violentos dictadores, y genocidas de la contemporaneidad? ¿Qué doctrina de vida es el discurso que permanentemente amenaza, reprime, encierra, castiga, al que considera su enemigo, porque no saben derrotarlo con los instrumentos de la democracia? Como Jalisco, el dictador nunca pierde, y cuando pierde arrebata. El diálogo entre el poder y el ciudadano se cortó.
En ese supuesto diálogo, sólo quedan los que se ponen de rodillas para que el gendarme necesario les dé de comer. Camus decía que un hombre con el que no se puede debatir es un hombre que da miedo. Venezuela, ¿es, hoy, el lugar el miedo? Como persona formada en el respeto crítico al Derecho, y en la búsqueda, a través del Derecho, de la igualdad, de la justicia, de la libertad , para decirlo en breve, en la búsqueda de los Derechos Humanos; ante el miedo que tiene el Poder Judicial, y ante el miedo que se tiene frente al Poder Judicial -Poder con el cual el debate también se ha congelado-; al ver sus sentencias amañadas, siento la misa repulsión que un médico sentiría al ver los logros de la medicina, no aplicados a la cura de enfermos, sino a la muerte de los mismos. ¿Qué celebramos hoy? ¿Qué celebramos hoy, 19 de abril, entonces? Hoy celebramos que no celebramos el olvido. Celebramos más bien el reencuentro con la memoria y con la identidad. Celebramos nuestro histórico rechazo a la opresión.
Conmemoramos un despertar más en nuestra Historia. Celebramos los llamados a una nueva unidad, a un fortalecimiento de los liderazgos alternativos: eso que actualmente -y sabiamente- se está construyendo en toda la geografía del país. Convocamos el sentido de nuestra vergüenza, perdido en el camino hacia una dictadura que camina con pasos gigantes y bien premeditados. Hacemos un llamado a no rendirnos. Rememoramos el encuentro con el orgullo de nuestra patria. Con el mismo Silvio Rodríguez cantaremos: “ojalá que la luna pueda salir sin ti”. Y con Castro Leiva, ese nuestro gran historiador, visionario en l998 de lo que se avecinaba, quiero repetir, “¿sería acaso demasiado pedirles —si no yerro en el juicio— que pensáramos en la posibilidad de hacer ahora lo que antes hicimos para vencer el miedo y nuestras discordias en nombre de la libertad?” ¿Cómo hacerlo?
Resistencia activa es la respuesta. Crecer en la presencia. Abrazarnos en un solo círculo nacional que se reconozca en las palabras del Himno Nacional “Abajo cadenas” (¡ lo único que El Dedo hurgador de Chávez no ha abolido!). No dar espacio al vacío. Debate y aprovechamiento de las ofertas constitucionales para activar en permanencia el resorte democrático. Escarbar para sacar lo oculto y lo evidente y hacerlo conocer de todos dentro y fuera del país. Afortunadamente “El Dedo de Chavez” demostró que nada valen las candidaturas ni los triunfos electorales ”.
Es el fin de las tentaciones de disputarse entre sí las aspiraciones a algún cargo. Eso deja libre el camino para trabajar entre todos y para todos. No seremos “pobladores convenientes”. Seremos ciudadanos demandantes. Se acabó la parranda, el exilio, la cabeza bajo la tierra. Se acabó la parranda, el exilio, la cabeza bajo la tierra. Se acabó pensar que “eso” no le podía pasar a Venezuela. Hay que levantar la cabeza, la palabra y los brazos, con fuerza pero con tino.
No hay que improvisar. Tenemos un enemigo plagado de estrategias y de poderes. Se acabó la inocencia. No podemos permitir que nuestros hijos no conozcan otra cosa que El Dedo de Chavez. Somos portadores de la cultura de la libertad y tenemos que expandirla, comunicarla, demostrarla, agotar en ella nuestras fuerzas. Cada uno de nosotros, como en el Farenheit 475 de Ray Bradbury, (la temperatura a la que arde el papel), debemos ser la personificación de un libro, cualquiera de los muchos que creara el progreso, el desarrollo espiritual y humano, para que esos libros no puedan ser nunca incinerados.
Desde la escuela, los fogones hogareños, las tribunas políticas o gremiales, los círculos vecinales… Y sobre todo, hacer el único Decreto para el que no necesitamos Ley Habilitante: decretar el fin del rastacuerismo, del aprovechamiento, y del acostumbramiento!
No nos acostumbremos jamás a no ser libres! Lolita Aniyar Y sobre todo, decretar el fin del acostumbramiento!
Lolita Aniyar
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