domingo, octubre 12, 2008

La Peste Blanca

Ha transcurrido un decenio y a los dirigentes no les sienta bien mojarse en una curiara
"La Miseria" el cuadro de Cristóbal Rojas, simboliza la entrega del pobre ante la fatalidad que aún impera en los bolsones de pobreza que dibujan el agrio paisaje cotidiano. Ese, que las clases dirigente y media han aceptado como inexistente.
En el pasado la tuberculosis (TB) -el mal de vivir… mal-, era una inevitable sentencia de muerte.
Para las etnias venezolanas el aserto no ha cambiado para nada. Una dirigente indígena de alto coturno decía que con la llegada de Chávez al poder cambiaría el destino de nuestros indígenas, el 1.3% de nuestra población, "discriminados, los más maltratados y explotados".
Por las leyes y proyectos destinados a ellos, 2001 pareció ser el año de sus reivindicaciones. Patrañas… Ha transcurrido un decenio y a los dirigentes no les sienta bien mojarse el fundillo en una curiara, resistir las picadas de jejenes ni dormir en un chinchorro.
El reciente AFFAIRE de los postergados waraos es la punta de un iceberg cuyos ocho décimos están sepultados bajo el nivel del agua y donde se hacinan fardos de endemias y epidemias no atendidas.
El inexplicable hermetismo ministerial con relación a sus recientes muertes demuestra la mentira como oficio y la letra muerta en que devienen nuestras leyes.
Hay colitas de Pdvsa para llevar maletines y delincuentes, pero no para trasladar un enfermo grave desde La Esmeralda en el Orinoco, o proporcionar medicamentos e insumos a un indio necesitado.
Hablar de la tuberculosis (TB) en nuestro país nos conduce con afecto y agradecimiento a dos fulgurantes figuras omnipresentes en mi recuerdo. El Dr. José Ignacio Baldó pionero visionario de la solidaridad social, y el Dr. Juan Delgado Blanco, humilde, celoso guardián por años de la cepa Calmette-Guerin empleada para la elaboración de la vacuna BCG.

rafael@muci.com

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