Por Alberto Rodríguez Barrera
Quizás fueron los largos años de autocracias militares que nos legaron el subdesarrollo estilo medieval que amaneció en 1945, con menos de cinco mil estudiantes universitarios y la absoluta mayoría de la población desnutrida y calzando alpargatas. Quizás fueron esos militarotes Presidentes quienes crearon la costumbre de creer en caudillos sabelotodo que hacían girar el mundo en torno a ellos, como Gómez haciendo del país todo su hacienda particular. O quizás fueron los avanzados del sadomasoquismo que vivían adulantemente en torno a ellos perdiendo toda dignidad y arrastrándose en los bajos fondos de la mediocridad, como hoy vemos con tan esmerados aprendices.
Lo cierto es que la Monocracia es la que hoy se conjuga tan inmoral e insólitamente en torno a Chávez, con toda esa pléyade de obsecuentes arrebañados que compiten por enterrarse y ahogarse, de primeros, en el lodazal que osa llamarse por su nombre: ostentación de la prostitución.
Sólo es cuando un entorno está impregnado de incapaces y oportunistas que una persona –solitariamente- asume todas las funciones de la autocracia, incluyéndose la indelegable de pensar. Aquí el caudillo decide por todos y todos deben acatar, en acto de rendida sumisión. Silencio, a caminar en escarpines en torno al Jefe que sufre la tarea de pensar, sin sentido de equipo, ordenando en su testa todas las pulgas, cuales testaferras que han untado a tan insigne cerebelo de todas las cualidades humanas y divinas, haciéndolo en un triz el más pluscuanperfecto filósofo, historiador, sociólogo, experto petrolero, economista, pelotero, matraquero, Dios y pare de contar.
Un simple ser humano con autonomía de vuelo, digamos como Juan Pablo Pérez Alfonzo, jamás tendría el menor chance de un turno al bate en esta Monocracia. Aquí nada más se permiten monos aulladores o bononos, esa tan larga lista de áulicos que callan y cantan al unísono cuanta barbaridad surja de tan máxima y charlatana mentalidad fritanguera.
Nos refrenamos para no llamar por sus verdaderos nombres a las cosas que hacen tan postrados y deleznables reptantes para chupar hasta la última gota de las medias sudorosas del Monócrata, especialmente cuando observamos las despreciativas decisiones tomadas -en las alturas de su soledad- por el Gran Jefe para regalar cargos a incapaces y nombrar candidatos a dedo o por sumisión. No importa lo que pusimos en la Constitución en cuanto a Partidos, sus untados son las más leales garrapatas. Y el coro de cortesanas sale a dar vivas; qué importa el relajo y una raya más para un tigre porque: qué vaina es esa de cuestionarme a mí, A MI, habráse visto.
Cuán prestamente salen todos de una vez a hacer de meretrices, elevando a la enésima potencia el uso de los dineros públicos, ya definitivamente desbarrancados hacia el abismo de la ladronería sin freno. Se entregan con el ardor del animal en celo. Qué importa la democracia ni la más mínima cortesía de consultar con tanto pendejo, ya EL decidió, y que nadie lo contradiga porque chilla, nos regaña, nos grita, nos pega, nos fulmina con sus ojitos puyúos, y hasta es capaz de castigarnos enviándonos a alguna embajada con un saco menor de billetes, para que no hablemos pendejadas golpistas y de oligarcas pretaporteristas. Porque estos tiempos son difíciles, mis garrapatas, y uno nunca sabe…
¿Cómo esperan quedar, en qué tipología de arrastrados, los integrantes se los partidos oficialistas? Quizás hayan encontrado un nuevo valor de la politología en la estupidez de la entrega ineluctable. El símil con la prostitución es más inmoral que lo que le achacamos a las vagabunderías entre un hombre y una mujer, ya que –a fin de cuentas- estas son intimidades.
Pero la prostitución política que presenciamos en las altas esferas de la robolución sucede con todo descaro a plena luz pública. ¿Es que esperan que pase lisa esta pestilente actitud histórica donde, además de ponerse en cuatro patas, se arrodillan más aún para echarse complacientemente panza al suelo y tan despatarradamente? Ay diosito, qué dirá mi tan mono monocrático si oso contradecir sus preclarísimos mandamientos…
Cualquier parecido de esta Monocracia con la cubana -que también se nos engarrapata haciéndonos neocolonia- no es para ellos otra cosa que una feliz coincidencia. Y esta es otra entrega sin vergüenza, mis áulicas pulgas. Cuando buscan en otros lares lo que aquí hay en abundancia, el símil es quizás con la forma de mamar de las vacas locas, porque olvidan el sentido verdadero de las palabras traición a la patria.
Para mayor desvergüenza, la despatarrada entrega se internacionaliza cuando el monócrata –inflado, haciendo pucheros y a punto de reventar- va lloriqueándole todas sus penas de chupetas quitadas a cuanta escuálida audiencia comunista del mundo quiera escuchar la desertificación en que se halla, compartiendo así el moqueo largo y tendido que no cesa desde que el Muro de Berlín fue hecho trizas.
Pero el acusaleta-carga-maleta-que-se-le-caen-las-pantaletas no sólo se limita a trinar que le quieren quitar la chupeta, también subraya abstractamente –para mayor despiporre y engarruñamiento de la lógica síquica perdida- que sus chupamedias son millones más que los quitachupetas. Por cierto que esta sobrada abundancia de pueblo es muy echada de menos por las cortesanas locas que chillan sus prosti-parlamentos huecos ante audiencias cada vez más vacías. Se justifica así, una vez más, el por qué las mujeres son las primeras en abandonar el falso priapismo de la Monocracia.
Más allá de su tan mono contenido, la Monocracia llega inexorablemente a la postración moral cuando hace “cosas” de los hombres, cuando los pone a girar en torno suyo como moscas verdes, cual mancebas dispuestas a todo, meretrizmente. En política, esto es el colmo de la caída en charcos putrefactos, porque la inmoralidad y la prostitución se ven más horrendas en una Monocracia. ¿No lo estamos viendo? ¡Cuántas generaciones de izquierda decente se están perdiendo en el mortal descalabro de la mediocridad!
Alberto Rodríguez Barrera
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