A Pueblos y gobiernos del mundo
Iván Olaizola D’Alessandro
Ven a mí que tengo flor. Las flores no hieden. Barajo el truco.
Como compatriota de Bolívar, libertador de buena parte de Sur América, y miembro de este mundo globalizado quiero dirigirme a ustedes en esta hora aciaga de nuestro patria, cuando estamos atravesando la crisis política, moral, social y económica más grave de toda nuestra historia, en el entendido que de seguro han tenido noticias del hombre que hoy ostenta la primera magistratura nacional, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Trataré de narrarles, en la forma más escueta y objetiva posible, lo que ha ocurrido en el país, para que tengan una versión de la situación para contrastarla con la expresada por el ciudadano presidente en sus histriónicos, demagógicos y excesivamente largos discursos.
Les recuerdo que Venezuela, hasta 1999, venía disfrutando de más de cuarenta años de práctica democrática, con altos y bajos propios del sistema, que fueron creando una cultura democrática, ejemplo en nuestro continente que permitió lograr niveles de desarrollo aceptables. Pero como todo proceso humano, se desvía y se comenten errores y los pueblos pasan facturas a estas desviaciones y, su permanente deseo de mejorar su calidad de vida los lleva a tratar de experimentar cambios, a través de nuevos hombres. Así llegó a la presidencia el actual gobernante, militar golpista que intentó derrocar a un gobierno democrático, en dos oportunidades, donde mucha sangre de jóvenes inocentes se derramó y marcó negativamente el desarrollo sostenido que se venía gestando.
El mismo día de su ascensión al poder, el 2 de febrero de 1999, desconoció la Constitución mediante la cual había sido electo presidente, amenazó a todas aquellas organizaciones políticas que no lo acompañaran en sus planteamientos y anunció el cambio total de todas las estructuras del Estado. El país quedó en suspenso pero siguió dándole su confianza. Comenzó a dividir al país entre “los que están conmigo y los que están contra mí”. Envolvió al país en un carnaval electoral. Cambió todas las reglas de la democracia vendiendo la idea de más democracia. Hizo una Constitución a su medida. Dentro de una borrachera electoral dio inicio a la destrucción de todas las instituciones del Estado. Los poderes se fueron fundiendo en uno solo. El presidente civil se convirtió en un uniformado militar. Sus discursos se hicieron agresivos, amenazantes y burlones. Nacieron los llamados círculos bolivarianos, grupos armados de defensa de lo que se comenzó a llamar revolución. Se incentivó, desde el propio palacio presidencial, todo tipo de actividades ilícitas. Invasiones de fincas, empresas e inmuebles, agresiones a la disidencia, a los partidos políticos, a los medios de comunicación social, a la iglesia, empresas, sindicatos y universidades. Se introdujo la división social y de clases. Pobres contra ricos, negros contra blancos. El teniente coronel felón se apropió del país. Suyo era y es, el presupuesto nacional, los medios de comunicación, los órganos del Estado, las empresas, los institutos, la educación, la salud, la justicia, la Fuerza Armada, la vida misma de los venezolanos. La violación de todos los derechos humanos es política de Estado.
La “revolución pacífica” se armó. Recorre el mundo cual jefe millonario repartiendo los dineros de la Nación, comprando conciencia de pueblos y gobiernos. Imperialismo del siglo XXI. Sus amistades internacionales se orientan hacia gobiernos que están lejos de practicar la democracia. Cuba, la dictadura más antigua del mundo, se ha convertido en paradigma para el teniente coronel. Grupos narcos guerrilleros y terroristas del mundo, según versiones de buenas fuentes, han sido privilegiadas con la amistad del gobierno y supuestamente son receptores de importante ayuda para la realización de sus actividades, situación que nos ha colocado entre países de dudosa reputación.
Disentir está penado. Las libertades se reducen y su ejercicio peligroso. El uso inescrupuloso del poder, de sus recursos y el miedo hacen que todavía mantenga cierto respaldo en algunos sectores, pero el descontento crece y crece. El deterioro del país hace que la desesperación comience a tomar las calles. Sus colaboradores lo abandonan y revelan sus insanas intenciones. Algo similar ocurrió ya, lo que costó vidas inocentes. Golpe de Estado o vacío de poder. Ahora, ante la posibilidad cierta de una derrota electoral el régimen hunde el acelerador. Hay que imponer a toda costa su particular versión del comunismo.
Este sucinto recuento no es para que vengan a ayudarnos, no, sólo queremos que nos entiendan, que no aplaudan sus insensateces. Organismos internacionales han mostrado su preocupación. Al régimen lo incomoda ahora la comunidad internacional. Trata de impedir, con aviesas intenciones, toda salida democrática, constitucional, electoral y pacífica. Nos resistimos a ello, pero algo puede ocurrir. Si ocurre, Dios nos libre, hay un solo culpable. El miliar felón. No se puede aceptar un gobierno comunista en pleno siglo XXI.
Iolaizola@cantv.net