¡Qué vaina Valentina!, le quitaron la casa a tus viejos y no puedo con la tristeza.
Seguramente la voz de este país, esa que a gritos te apoya y te dice que te lo agradece todo, tanto desprendimiento, tanto amor; logrará que quienes tuvieron la desfachatez de pedirle a los viejos que mediaran con quienes invadieron a fuego su casa, los mismos que con candidez inusitada resumieron una gestión aceptando incompetencia para actuar, medio arreglen el entuerto.
Si es que puede arreglar el entuerto un esbirro que dice –“señora vea que hace, trate de hablar con él y hasta amigos se hacen”- cuando uno denuncia que alguien ahora está en el patio de la casa.
Se me abre un hueco en el estómago cada vez que recuerdo que tus viejos estaban en su casa cuando les tocó vivir su noche de terror, solo que a ellos les cambiaron los cristales rotos por el crepitar nocturno de sus tierras bajo fuego.
¿Cuántas veces se preguntaron esa noche si la orgía de odio les tocaría la casa? ¿Cuándo
les dijeron los quemaremos vivos, se lo creyeron?
Es impresionante la indolencia de las ciudades que creen que eso no pasa en apartamentos sino en finquitas o en posadas de retiro.
Pareciera que todos amanecimos con un callo pero sólo gritamos cuando nos lo pisan. Este problema de familias perdiendo su propiedad ante la más supina indefensión legal, Quintero queridísima, no sólo es de vieja data sino que debe ser masivo, si para este momento todos los venezolanos tenemos un cuento cercano. Mi Papá lo tiene al lado.
Dos empleados queridos, con la inocencia de los derechos adquiridos y la permisividad rampante, me confesaron tener -“casita, pero también invadimos un terreno Sr. Sumito”-; y ahora tus viejos.
Es horrible que hayamos llegado al punto en que decimos con pesar la finquita, la posadita; porque con ello caemos en la infamia de aceptar de que la plusvalía es confiscable sin derecho a defensa.
Pero las cosas por su nombre Valentina: La finquita, la Posadita que en este momento está invadida es la única casa de tus viejos... su casa. Honestamente espero que hoy, cada venezolano que tenga padres viviendo solos en casa propia, haga por un instante el ejercicio de imaginárselos maleteados porque la perdieron. Espero que por un ratito vean sus casas y se imaginen en donde van a alojar a sus viejos desde hoy.
Me desespero. Se que será difícil que los viejos puedan regresar a caminar calles en donde se agazapan ojos con odio. Vecino contra vecino. Hermano contra hermano. ¡Ay Valentina, te juro que no logro
entenderlo! Hace un rato estaba sentado en la esquina de mi cama viendo estupidizado el televisor, sin querer entender lo que le pasó a tus viejos. En la pantalla estaban pasando una biografía de Nelson Mandela.
Te confieso que me hundí. Te confieso que de repente me encontré hablándole hasta con rabia al vidrio ovalado ¡Carajo Mandela! ¿Dónde estás?, ay viejito ¿qué te hiciste.?
Te llamé. Me dijiste por teléfono que nunca habías visto llorar a tu Papi. Me derrumbé, no pude seguir hablando contigo y me inventé una despedida torpe para parar el horror. Nunca lo había pensado Valentina, pero la única vez que vi llorar a mi Papá fue cuando murió mi tío Sergio y espero que jamás mis niños lleguen a verme a mi. Los papás no lloran. Al menos eso creía.
Eres increíblemente valiente Valentina, te atreviste a convertir tu desgracia en un hecho público. Uno no se da cuenta, pero cuando no existe ningún tipo de protección por parte del estado y mediar queda en
nuestras propias manos, nos produce una enorme vergüenza exponer el derrumbe que nos generan elitos como el secuestro, la violación o la invasión.
¡Que impotencia! No se que hacer, como ayudar. Sólo se me ocurre que el camino es votar el 26 de Septiembre y tratar de recomenzar para lanzarnos nuevamente tras la búsqueda de ese hombre nuevo en el que creemos y sabemos posible.
Por el momento estoy derrotado. Tú hermoso Caruao es ahora palabra que me hunde, resumiendo la infamia y el resultado del Frankestain en que se convirtió el hombre nuevo. Aun así, mi muy querida Valentina, mi casa es la de ustedes y si Sylvia y yo tenemos que irnos al cuarto de las niñas y darles el nuestro a tus viejos, lo haremos en segundos, como seguramente está dispuesto a hacerlo tres cuartas partes de este país. Pero me desespero Valentina. En ese caso despertarían en uno ajeno, con sonidos y cuadros ajenos. Con vecinos y en ciudad ajenos. Con suspiros y proyectos de vida ajenos.
Envidio tu fortaleza Valentina. En nuestra casa, tú casa, te queremos... te agradecemos este amor por el país.