El padre -y patrón- del “bolivarianismo” (eufemismo utilizado hábilmente en la región para tratar de reemplazar la imagen de Carlos Marx por la de Simón Bolívar, quien lamentablemente desde la tumba no puede, naturalmente, evitarlo), Hugo Chávez, es -según ha quedado visto- nada más y nada menos que un fanfarrón.
Así lo acaba de demostrar. Como tal, pasará a la historia. Así se comprobó, con la más absoluta claridad cuando evadiera -precipitadamente- el debate de ideas que (apostando a que no sería aceptado) había propuesto -él mismo- a Mario Vargas Llosa.
Según explica la Real Academia Española, “fanfarrón” es “quien se precia y hace alarde de lo que no es y, en particular de valiente”. Chávez, entonces. Su actitud ante Mario Vargas Llosa ha sido la de un pusilánime.
Después de haber intimidado -alevosa e infructuosamente- a Mario Vargas Llosa (y a otros) a su arribo a Caracas, invitado que fuera el intelectual peruano a participar en una jornada académica, amenazándolo con expulsarlo si lo criticaba -lo que es una violación abierta a la Declaración Universal de los Derechos Humanos- Chávez tuvo que admitir que Vargas Llosa hablara -impertérrito- acerca la horrenda situación por la que hoy atraviesa Venezuela, con la sencillez, claridad y coraje que lo caracterizan. Tan pronto lo hizo, Hugo Chávez, en lo que terminó siendo sólo una bravuconada, lo invitó a través de su micrófono abierto a debatir con él ante las cámaras televisivas del Estado venezolano.
Lo hizo pensando en que Vargas Llosa no se animaría. Grueso error. Vargas Llosa, además de talentoso escritor, es un valiente y un polemista realmente formidable. Quienes recordamos el debate televisivo con Alberto Fujimori del 3 de junio de 1990, cuando con su ingenio apabullara y hasta humillara a Fujimori, sabemos los puntos que calza Vargas Llosa. Alguien debió recordar esto mismo a Chávez, que salió corriendo, disparado, de su propia propuesta.
Como alma que lleva el diablo.
Chávez terminó “arrugando”, dándose a la fuga en cuanto Vargas Llosa aceptó gustoso la invitación recibida. De no creer.
Esa es la inocultable dimensión moral y humana del personaje caribeño, arrogante y burdo a la vez. “Yo estoy en las grandes ligas”, dijo con soberbia Hugo Chávez, tratando de explicar -sin éxito- lo inexplicable, porqué todos vieron como se evadió de su propia propuesta.
Para confundir -y al propio tiempo tratar de dar vuelta una página de vergüenza para todos los venezolanos-
Chávez continuó, como si nada hubiera pasado, con el insufrible castigo con el que tortura a sus conciudadanos, esto es con sus monólogos autistas desde los micrófonos de un sistema estatal (público) de comunicaciones, pagado por el pueblo venezolano todo. Esta vez programado para cuatro inaguantables días corridos, lo que obviamente era expresión de paranoia, que -ante todo lo sucedido- terminó siendo suspendido “por fallas técnicas”.
Otra “fuga”.
“Se rajó”, comentó el ex canciller mexicano, Jorge Castañeda, quién también había concurrido a la cita académica en Caracas. Tiene razón. Fue efectivamente así.
Vaya entonces -desde estas columnas- nuestro reconocimiento a Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze, Plinio Apuleyo Mendoza y Jorge Castañeda por su bravura. Además, por su hidalguía, que contrasta con la vulgaridad que caracteriza a Chávez. Comentando lo sucedido, Roberto Giusti de “El Universal” de Caracas cerraba su comentario sosteniendo que “la causa de fondo que lo llevó a hacer mutis responde a una de las características del autócrata, acostumbrado a ordenar y ser obedecido, a hablar y no escuchar y a sentenciar sin derecho a réplica.
Embebido en esta práctica, hace ya muchos años Chávez evita las entrevistas con periodistas críticos (la excepción fue Patricia Janiot) y sólo accede a conversar con adulones como Ignacio Ramonet o los bien adiestrados chicos de Prensa Latina”. Es así.
En parte, gracias a Hugo Chávez, el “Foro Libertad y Democracia” resultó un éxito resonante, más allá de Caracas.
Dejó en evidencia lo peor que probablemente puede pensarse de un militar: falta de coraje.
Los verdaderos héroes de esta singular batalla por la libertad han sido los organizadores del evento que no bajaron la guardia en el esfuerzo constante por volver a la democracia y, naturalmente, también los invitados-oradores latinoamericanos quienes dieron a Chávez una lección de coraje y de inmensa sensatez, que brilló en la noche en la que está sumergida Venezuela.
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