Por Mercedes Margarita Malavé González
Cuenta una vieja fábula de una colmena rica y próspera, donde todas las abejas vivían desahogadamente y nadie se podía quejar de su situación económica, sin embargo, todas se quejaban de la falta de honradez y el deterioro moral de sus relaciones. No había prácticamente nadie que no mintiera para hacer sus negocios; abundaba la corrupción.
Hasta que un buen día los lamentos de las abejas llegaron al dios Júpiter quien tomó la decisión de acabar con aquella situación. Hizo que comenzara a funcionar la justicia eficazmente y las cárceles se llenaron rápidamente de las más variadas abejas. Los malos negocios comenzaron a quebrar y aumentó el desempleo; nadie volvió a pedir dinero prestado por miedo a tener que pagar como debía; el comercio se vino abajo, proliferó la pobreza; muchas abejas tuvieron que partir a otros lugares y, al ver la debilidad del enjambre, otras colmenas decidieron atacar y acabar con las pocas que quedaban.
Creo que, en el fondo, muchas personas piensan que los vicios privados no repercuten en la vida pública; que lo que hagan o deshagan en su vida privada es problema de ellos y no afecta a los demás. De este modo, se conforman con guardar las apariencias, con ser políticamente correctos. Y podría haber hasta los que justifican su conducta con la idea de que, gracias a sus malas jugadas, hoy día son lo que son y tienen lo que tienen.
Este es el camino por el que se crean los valores ficticios, abundantes en la política y en las relaciones sociales; vacíos completamente de significado y sin ninguna repercusión en el bien común. Tomemos un valor, por ejemplo, la solidaridad. Tal vez por presión social y afán de construir una buena imagen, por eso que hoy llamamos responsabilidad social, la mayoría piensa que debemos ser más solidarios, que la falta de solidaridad es el problema sostenido de nuestro país y la principal causa de la crisis global que estamos atravesando. Así, se esfuerzan por ayudar más a sus empleados, dan limosna en la calle, se enrolan en algún movimiento social, contribuyen con donativos, etc. Esto sin abandonar los gastos innecesarios, sin sacrificar la propia comodidad, e incluso practicando otros tipos de injusticias en la convivencia diaria, cometiendo pequeñas o grandes faltas de honradez, de corrupción o de viveza.
Considero que este tipo de personas están contribuyendo muy poco, por no decir nada al bien común, por más cuantiosa que sea su contribución. Sin una vida realmente buena, es imposible mejorar la sociedad, porque fácilmente se derrumbaría cualquier tipo de iniciativa social, como fue el caso de la colmena de la fábula. Las virtudes son actos personales fruto de una revisión de la propia conducta, con fin de encarnar unos valores morales en la propia vida.
Ciertamente, sólo siendo más solidarios podemos cambiar a Venezuela. Y la solidaridad se materializa en innumerables iniciativas que afectan y exigen un cambio de vida: dar, no de lo que me sobra, sino hasta que me duela; vivir sobriamente y reducir gastos personales aunque podamos afrontarlos; pagar lo justo, aunque eso reduzca las propias ganancias; tratar a los empleados, a los enfermos y a los ancianos con el cariño y el respeto que se merecen, y tantas otras manifestaciones que por el limitado espacio no puedo mencionar.
Mercedes Margarita Malavé González
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